miércoles, 9 de enero de 2013

Placenta: el arbol de la vida


Una maravillosa explicación de lo que hacen diferentes tribus y poblaciones con la placenta. 

Los Navajo de la zona suroeste de Estados Unidos entierran la placenta de sus hijos dentro de lo que denominan las Cuatro Esquinas sagradas para ligar a su nuev@ hij@ con su tierra y sus ancestros.
Los Maoríes de Nueva Zelanda entierran la placenta en tierra nativa por la misma razón. De hecho tierra y placenta comparten la misma palabra: whenua.
En ciertas zonas de Siberia se piensa que se ha enterrado mal o en un mal sitio la placenta si el bebé enferma. Entonces se desentierra y se le busca un lugar mejor para que el niño o la niña sanen.
Los Ibo de Nigeria y Ghana consideran la placenta como la gemela del bebé. Los Aymara y Quechua de Bolivia dicen que la placenta tiene su propio espíritu.
La gente de Malasia consideran la placenta como hermana mayor de sus hij@s. Los Parigi en Celebes Islands la reservan en algodón blanco hasta que la madre la entierra con un ritual. Parecidos rituales se encuentran en Java y Bali.
Los Toba-Bataks de Sumatra creen que la placenta contiene una de las 7 almas que cada persona posee. En Islandia se piensa que el espíritu guardián del bebé reside en la placenta, de hecho la llaman “fylgia” que significa “angel de la guarda”.
En el oeste de Australia la placenta es la compañera del bebé y se guarda durante 3 días antes de ser enterrada en silencio.
Los Baganda de Uganda consideran la placenta como un segund@ hij@, que posee su propio espíritu. Si el niñ@ tiene sangre real la placenta puede ser incluso llevada en procesión.
Los indios araucanos de Chile y Argentina atribuyen a la placenta poderes mágicos. Dicen que si se arroja a un campo de cultivo lo tornará estéril. Es por eso que hay que enterrarla profundamente.
Los antiguos egipcios creían en la dualidad de almas: un alma habitaba el cuerpo, la otra la placenta. Templos han sido construidos para enterrar las reales placentas de los faraones.

El mundo “civilizado”
En nuestras sociedades la práctica habitual es que los padres apenas vean la placenta cuando nace, cuanto menos honrarla. De hecho cuando nace el bebé parece que lo que queda de nacimiento son ya “los desechos” que cuanto antes se limpien y eliminen mejor.
Tras la expulsión de la placenta (muchas veces forzada, a fuerza de inyección) el hospital la vende a una farmacéutica y/o cosmética. O incinera todas juntas junto al resto de residuos orgánicos.
Tratamos nuestras placentas como si no tuvieran alma y el nacimiento como si no fuera sagrado.

Como debería ser
Deberíamos honrar este órgano que da vida y respetarlo como tal, ser capaces de admirar nuestros cuerpos en su perfección y magia, agradecer a la Naturaleza el milagro de la gestación y el nacimiento.
Deberíamos ser capaces de mirar más allá de una masa sanguinolenta: la placenta es fuente de vida, un órgano mágico que aparece sólo para albergar y proteger a tu bebé y a ti. Cada nacimiento tendrá su placenta y cada vida estará ligada a la misma.
Tras el nacimiento del bebé deberíamos esperar a que el útero expulsara este órgano mágico, con el mismo cariño y paciencia con el que hemos dado a luz a nuestro bebé. Y agradecer a la vida el regalo de haber tenido semejante placenta.


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