jueves, 1 de agosto de 2013

Manejo respetuoso del conflicto en niños: berrinches.‏

Rosa, gracias por aceptar nuevamente nuestro llamado.  Lo que queremos preguntar primero es ¿qué es exactamente una pataleta y por qué se producen?
Una pataleta no es nada más que un deseo del niño enfrentado al mismo tiempo a un deseo del adulto.  Por ejemplo, un niño quiere un caramelo y el padre no se lo quiere dar, porque quiere que el niño coma otra cosa.  Más o menos es eso.  Entonces en ese momento el niño no entiende el por qué de lo que dicen los padres.  Porque si lo entendieran no habría pataleta, normalmente.  El niño se ofusca, porque no entiende el por qué de esa negativa y entonces actúa como lo hace un niño pequeño, que no tiene un razonamiento claro y no tiene un lenguaje como para poder establecer allí un discurso con sus padres.  Y lo hace entonces mediante esas pataletas.
Queremos desclasificar contigo esto que está tan asentado respecto de que las pataletas de los niños se deben a que son malcriados o nos quieren manipular.
Es bueno que exista la pataleta.  Que exista entre los dos y los cuatro años.  Yo siempre digo que los niños que entre esas edades no tienen pataletas debieran ser vistos por un psicólogo.  A partir de los dos años, entre los dos y los cuatro años, llega un momento en que los niños empiezan su independencia.  Y esa independencia y ese razonamiento, la única manera que tiene el niño de probarlo es oponiéndose a lo que le dicen los padres.  Es la manera que tiene de fraguar esa independencia.  Entonces las pataletas son buenas, en este sentido, porque nos indican que nuestro hijo está empezando esa independencia.  Los niños que no tienen pataletas suelen ser niños demasiado sumisos.  Nadie quiere un hijo sumiso que de mayor no sepa pedir un aumento de sueldo, ni sepa pedir sus derechos, ni queremos una hija sumisa en su matrimonio de adulto.  Eso empieza en esta más tierna infancia.  El niño tiene una idea opuesta a la de su padre y mientras no entienda el porqué de lo que le dice su madre y su padre, él va a seguir manteniéndose con su idea.
¿Qué  los adultos piensen entonces que esta actitud de los niños de decir no y hacer una pataleta es intencional o es para molestar o para manipular a las madres es algo errado?
Sí, sí es errado.  Voy a poner un ejemplo.  Imaginen que cinco minutos antes de comer, van a comprar pan.  Y en la panadería, tienen caramelos a la venta o cosas relacionadas.  Y el niño pide a su madre un caramelo.  Su madre le dice entonces que no, porque van a comer y se le puede quitar el hambre.  El niño no entiende en ese momento por qué un caramelo, que es tan bueno, y que su madre se lo ha dado muchas veces, que le gusta a los dos, por qué no puede comérselo en ese momento.  Y esto ocurre así, porque un niño de dos años no entiende de nutrición infantil.  Y en ese momento se va a producir una pataleta, porque el niño no entiende el por qué de su madre.  En cambio, él sigue pensando eso porque empieza su independencia y su propio razonamiento.  Si a ese niño se le dijera mira ya vamos a comer o ya te lo compro y lo comemos de postre, si entendiera todo eso, y es difícil que entre los dos y los cuatro años lo entienda, si entendiera todo eso la pataleta no se daría.  Por eso en niños mayores, de cuatro o cinco años, con las explicaciones, las pataletas se van.  Es muy difícil que un niño de seis o siete años tenga una pataleta.  Puede tener una discusión con sus padres y puede que incluso les insulte.  Pero la típica pataleta que conocemos, aquella de un niño botado por el suelo, llorando, gritando y pataleando, eso los mayores no lo hacen.  Porque ya tienen otras armas como el lenguaje para discutir con sus padres.  Una pataleta es eso: un niño pequeño  que no entiende una cosa que dicen sus padres cuando él piensa otra.
¿Y cuál debiera ser la actitud de voz y el lenguaje corporal de los padres para tratar de suavizar esta pataleta y calmarla un poquito.  Nos puedes entregar algunos tips?
Les voy a dar una primicia por radio.  Es una cosa que funciona en el 80 por ciento de las veces.  En el 100 por ciento, no.  Si se hace bien, funciona en el 80 por ciento de los casos.  Se trata de lo siguiente.  Cuando ya está la pataleta montada no sirve lo que voy a decir.  Cuando el niño ya está por el suelo, ofuscado y llorando, lo que se puede hacer es acercarse todo lo que el niño permita, lo más suave que se pueda, con una actitud corporal suave, y decirle no me gusta que tú estés así.  Esto nos pasa, porque tú no te explicas y yo no te entiendo.  Me quedo aquí y cuando se te pase volvemos a intentar a ver si nos comprendemos.  Con un lenguaje que pueda ser entendido por tu hijo.  Pero el mensaje sería ese.  Esto, cuando la pataleta ya está establecida.  Vamos a tranquilizarnos.  Tenemos un problema de comunicación y de comprensión.  Cuando estemos al 100 por ciento de nuevo, vamos a intentar comunicarnos y comprendernos.
Pero hay veces en que los padres pueden saber muy bien cuándo puede ocurrir una pataleta.  Por ejemplo, Juanito ven a bañarte.  No que estoy jugando.  Ahí, si el padre obliga al niño a ir a bañarse, puede que el niño monte una pataleta.  ¿Cómo actuamos en ese momento para evitar las pataletas y hacer que el niño haga lo que nosotros queremos?  Son tres pasos: En primer lugar, hay que comprender al niño.  Tenemos un niño que empieza a hablar y a razonar, entre dos y cuatro años.  Antes no sirve, porque no hablan.  Por lo tanto, le vamos a decir que tiene razón, que en su manera de pensar puede tener razón.  Entonces decimos “claro, cómo te vas a ir a bañar, con lo bien que te la estás pasando en el juego, además de que si yo jugara tan bien como tú no querría irme a bañar”.  No cuesta nada quedar bien con una frase así que al niño le demuestre que é no está loco y que también puede tener sus razones.  Pero, segundo paso, los padres le van a explicar las suyas.  “Mira, cariño, todo el día has estado jugando con tierra.  Tenemos que bañarnos antes de acostarnos”.  Por último, al niño se le deja elegir la solución al problema, de entre las alternativas que su madre o su padre le propongan.  Por ejemplo: ¿Cómo lo arreglamos?  ¿Te baño rápido y así te queda tiempo para jugar un poco más?  ¿Quieres que ponga el cronómetro de la cocina o el despertador y cuando pasen diez minutos ya te vienes a bañar?  De estas dos alternativas, el niño elige la que quiere.  El niño se va a tranquilizar, porque le hemos dicho primero que tiene razón.  Luego, como le hemos argumentado lo que nosotros pensamos, intentará entendernos.  Y por último, como le dejamos elegir, esta solución es la perfecta.
Otro ejemplo.  Vamos a comer y le ponemos verduras.  “No quiero verduras, que quiero tallarines”.  Y le decimos “claro que sí, cariño.  Mucho mejor los tallarines que la verdura hervida.  Pero, el segundo paso, en esta casa hay que comer verduras de cuando en cuando, porque son muy sanas.  ¿Cómo lo arreglamos?  ¿Te comes toda la verdura y te dejo elegir el postre, o te comes la mitad de la verdura y te comes la fruta para compensar la fibra que no has tomado?  Así de fácil.
Queremos compartir las consultas que nos llegan al programa vía mail.  Isabel nos escribió y pregunta lo siguiente: Mi hijo tiene dos años y de hace un tiempo se ha puesto muy lloroncito.  Hace muchas pataletas y no sé cómo manejarlo.  Quisiera saber si está en una etapa en el crecimiento de los niños o es algo propio de mi hijo.
Quiero decirle a esta mamá que es una etapa que tiene que ver con el crecimiento no sólo de su hijo.  En todos los libros de psicología, hay un capítulo que se titula la edad del no, la edad de las rabietas, la edad del negativismo desafiante.  En los países anglosajones le llaman la edad del TT, Terrible Two, los terribles dos años.  Es una cosa que está tipificada prácticamente en todos los niños.
Rosa, ya sabemos que existe la opción de adelantarse a una pataleta.  ¿Qué aconsejarías en ese momento?  Sabemos que son parte del desarrollo, no debemos reprimirlas, pero ¿cómo deberíamos observar al niño para adelantarnos a la ocurrencia de la pataleta?
Cuando tú ves que hay una respuesta negativa, por ejemplo no quiero esto, que quiero otra cosa, ese es un indicador de que vamos por un camino que terminará en una pataleta.  Porque ya el niño te está diciendo claramente que no comulga con tus ideas.  En ese momento, si aplicamos lo de los tres pasos, en un 80 por ciento se obtiene una respuesta favorable.
Queremos reforzar un tema que siempre recalcamos en el programa y que tiene que ver con el control de la propia rabia de los padres.  Puede ocurrir que muchas veces, un papá, una mamá o un cuidador, al momento de una pataleta, puede estar en una situación de rabia personal y termina descargándola, tal vez de mala manera con el niño.  Nos gustaría tu opinión sobre este tema.
En primer lugar, hay una frase que me gusta mucho.  Dice que quien castiga estando enfadado, no castiga si no que se venga.  Por lo tanto, si los padres están enfadados, en ese momento deberían contar hasta diez, o hasta cien si hace falta, antes de hacer alguna actuación con el niño.  Porque podría ser que esa actuación no fuera educativa y se transformara sólo en una descarga de los sentimientos de los padres.  Entonces simplemente vamos a contar.  No hay ningún padre perfecto.  Todos nos equivocamos.  Se trata de equivocarnos lo menos posible.  Y si en un momento determinado le has gritado al niño, porque todos somos humanos, y después te das cuenta de que le has gritado porque te ha ido mal en el trabajo, y no porque el niño se lo mereciera, debes pedir perdón y ya está.  Pero sí que es verdad que tendríamos que ir con mucho cuidado en cómo castigamos o qué es lo que hacemos con nuestros hijos cuando estamos enfadados.
Yo soy contraria al castigo.  Sobre todo al castigo físico para empezar.  Pero también soy contraria a otros tipos de castigo también.  Porque no he encontrado todavía un caso, llevo 30 años trabajando con niños, soy madre de dos, que si tú a un niño pequeño le acostumbras a hablar, a explicar lo que pasa y varias veces a la semana te sientas con ellos, compartes cosas, yo no he encontrado nada por lo que tengamos que castigar.  Sí que hay cosas que hay que reconducirlas, porque se portan mal en algunos momentos, claro que sí, todos lo hacen, pero se puede educar sin castigar.  Miles de padres, en cada ciudad, en cada país, en cada lugar de este mundo, lo están demostrando cada día.  Es posible educar sin castigar.  Sólo hace falta que el educador sea un poco más hábil.  A veces el educador que castiga es porque no tiene otras herramientas.  Pero las hay.  Es cuestión de buscarlas.
Rosa, tú dices que el castigo es el fracaso del educador.  También señalas que la amenaza no es una buena herramienta para enfrentar las pataletas.  ¿Podrías profundizar un poco en eso?
Cuando un educador tiene que recurrir al castigo es porque no tiene más herramientas.  Sí que es verdad que los educadores que castigan o que se pasan todo el día castigando para obtener una educación, tendrían que mirarse y decir que no saben hacerlo de otra forma.  Y por lo tanto debieran aprender.  Eso es una cosa.
Hay ya un rechazo a la amenaza.  Y esto porque además está en la convención de los derechos del niño, recogidas en muchas normativas legales hacia el castigo físico a los niños.  Pero hay otro tipo de castigos que no se consideran castigo físico y que son igualmente nocivos.  Uno de ellos es la amenaza.  La amenaza, los gritos, los insultos.  Con las amenazas, por ejemplo, hay estudios que demuestran que los niños que han sufrido más amenazas, el típico si dices palabras feas te voy a lavar la boca con jabón, si vuelves a tocar eso te cortaré las manos, cosas así, está relacionado con adolescentes y adultos más mentirosos.  Porque lo que el niño aprende es que la gente miente, debido a que las amenazas se quedan sólo en eso.  En el caso de los gritos, por ejemplo, hay un estudio muy bonito que se hizo en Barcelona de familias que gritaban.  El resultado fue que las familias que gritaban más, sus hijos tenían más dificultades en los estudios.  Hay cosas que la gente no considera castigo físico y que son igualmente nocivas para el niño.
A propósito del castigo, de las amenazas, ¿está bien si le decimos a un niño de dos a cuatro años que su pataleta puede tener una consecuencia?  ¿No será pedirle mucho?  Por ejemplo, que con una pataleta puede golpearse con un mueble o hacerse daño él mismo.  ¿El niño puede entender esa lógica de que su comportamiento va a tener una consecuencia?
En niños de dos a cuatro años es difícil.  Imposible no y más hacia los cuatro años hay algunos que pueden entender estas cosas.  Si hay padres que todavía no calibran las consecuencias de sus actos, imagínate los niños.  En niños pequeños es muy difícil.  Es algo que podemos ir explicándoselo al niño, entre los dos y los cuatro años, y lo va a entender en el momento en que lo entienda.  Es como la idea de orden.  Una cosa es que tú a tu hijo le puedas hacer recoger unos juguetes.  Niños de cuatro años pueden recoger los juguetes perfectamente.  Pero tú entras en su habitación, le preguntas si está ordenada o desordenada, y no lo saben.  No tiene el concepto de orden.  Él, aunque vea juguetes por el suelo, te puede decir que está ordenada su habitación.  Hay conceptos que entre los dos y los cuatro años los niños no tienen.  Y este que hablamos de las consecuencias es uno de ellos.  Intenta explicarle a un niño que no puede meter los dedos en el enchufe por la corriente.  No.  Hay que cambiar el enchufe.  Hay cosas que a ciertas edades los niños no pueden entender.  Y hasta que no superan la edad de los cuatro años hay conceptos que son muy abstractos y no los van a entender, evidentemente.
Habrás muchos papás y mamás que dicen que si cada vez que el niño hace una pataleta y yo me quedo allí se va a perder el respeto o el niño va a perder el sentido de los límites.  ¿Podemos explicar esa sutileza?  ¿Cómo podemos ponerle algún tipo de límites a los niños, pero siendo respetuosos con ellos?
Un niño, durante una pataleta, está sufriendo.  Como dijimos, eso es algo evolutivo, relacionado con su crecimiento, y no tiene nada de anormal.  Sin embargo, el niño lo pasa mal cuando hay una pataleta.  Y cuando un hijo lo pasa mal, sus padres deben estar a su lado.  Y hay que explicarles.  Esto pasa, porque tú no me has entendido, o no te has explicado y yo no me he hecho comprender.  No te preocupes.  Yo me quedo aquí.  Cuando se te pase, volveremos a intentarlo.  Volveremos a hablar.  Volveremos a discutirlo.  Es muy importante que al niño le quede siempre en la memoria que cuando tuvo necesidad de sus padres, ellos estuvieron a su lado y no lo dejaron solo.
En cuanto a los límites, a mí la palabra límites no me gusta.  Yo siempre digo que cuando hablen de niños intenten sacar del vocabulario la palabra límite.  Estamos hablando de lo mismo, pero la palabra no me gusta.  Y sólo se usa en referencia a animales o a niños, porque está mal visto hablar de limitar a la esposa, al marido o a los trabajadores de una empresa.  Entonces no la usemos.  Vamos a decir que los niños no necesitan límites.  Lo que necesitan son unas normas claras de convivencia, unos valores que sus padres les tienen que inculcar, y unos modelos a seguir de los padres.  No le puedes decir a tu hijo, con un cigarro en la mano, que no fume.  No puedes pegar al niño, porque ha pegado a su hermana.  Los padres somos el espejo en el que se miran los niños.  No puedo realizar una conducta y al mismo tiempo censurársela a mi hijo. Por lo tanto, son necesarias unas normas de convivencia.  Por ejemplo, en esta casa no se grita, en esta casa no se pega.  Unos valores y unos modelos de los padres igual que los que queremos que tengan los niños.  La palabra límite la podemos sacar.
Quizás esto que tú señalas tiene mucho que ver con la mirada que tenemos los adultos o la gran mayoría.  Por ejemplo, eso de pedirle perdón a un hijo no se vería bien y se arguye que no puede ser, porque sería sólo un niño.  Tal vez sea necesario un cambio de mirada, de la infancia, de los niños.
Claro que sí.  En principio, todo niño es un ser humano.  Por lo tanto, para él sirven todos los derechos de los seres humanos y todos los derechos amparados en todas las constituciones de todos los países.  Lo que no puedes hacer es actuar con los niños de una manera que tú nunca actuarías con un adulto.  Si a un adulto no le puedes pegar, no puedes pegarle a un niño.  Si no puedes insultar a tu vecino, no puedes insultar a tu hijo.  Y si hay que pedir perdón, hay que pedir perdón a quien haya que pedir perdón.  Eso demuestra que somos humanos.  Los niños tienen los mismos derechos que sus padres, algunos más.  Tienen los mismos derechos.  No tienen menos.  Incluso tienen algunos más.
¿Cuándo podríamos decir que no se trata de una mera pataleta, normal en el desarrollo de un niño, y que tal vez pueda tratarse de un problema de conducta que amerite pedir orientación familiar o que puede ser una señal de que al niño o niña le sucede algo más complejo?
Como cada niño tiene una evolución diferente, es difícil precisarlo.  Pero para ponerlo en una media, un promedio, que no se lo tomen al pie de la letra, pero ese tipo de comportamiento debieran terminarse alrededor de los seis años.  La mayor parte de psicólogos de todo el mundo suelen hacer diferenciaciones entre el niño de cero a dos, el de dos a cinco, y el de seis en adelante.  A partir de los seis años, Freud hablaba de la etapa de latencia.  Piaget hablaba de las operaciones formales.  Hay muchos especialistas que hablan de que a partir de los seis años se marca una etapa muy diferente de la niñez más primera.  Todo depende de la evolución del niño.  Lo que pasa es que los padres confunden tener rabietas con un niño que no hace caso a su padre o que tiene sus propias ideas.  Eso es otra cosa.  Si tú le dices a tu hijo de diez años haz los deberes y no quiere hacerlo, entonces eso no es una rabieta, es una posición.  Lo que hay que ver entonces es preguntar el por qué de esa posición.
Ha sido un gusto, Rosa María, y muchas gracias por regalarnos tu tiempo para conversar acerca de estos temas.  ¡Muchas gracias!

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